La coherencia ética en la Francmasonería: un imperativo para los Grandes Maestros.
La Francmasonería, como Orden Iniciática, ha sido históricamente un bastión de valores éticos y morales, un espacio donde la búsqueda de la verdad, la justicia y la fraternidad debe primar sobre cualquier ambición personal o política. Desde sus orígenes, la Masonería ha sido concebida como una escuela de virtud, donde los iniciados trabajan en el perfeccionamiento de su ser interior a través del estudio, la reflexión y la práctica de principios inmutables. Sin embargo, en tiempos recientes, se ha visto en algunas obediencias una preocupante tendencia que recuerda las prácticas de la política profana: la falta de coherencia entre lo prometido y lo ejecutado por aquellos que ostentan altos cargos dentro de la Orden. Esta contradicción no sólo socava la confianza en los líderes masónicos, sino que también pone en entredicho la credibilidad y el propósito mismo de la institución.
En el caso de la Gran Logia de España, así como en otras obediencias masónicas, la elección de un Gran Maestro es un momento crucial. Se presentan programas, se hacen promesas y se proclama la adhesión a los principios rectores de la Francmasonería. Estos compromisos no son meros discursos vacíos; representan un pacto sagrado entre el candidato y los Hermanos que depositan su confianza en él. No obstante, una vez alcanzado el poder, en demasiadas ocasiones, esas promesas quedan en el olvido, dando paso a decisiones que responden más a intereses personales que al bien de la fraternidad. Este tipo de conductas desvirtúa la esencia misma de la Masonería, alejándola de su propósito iniciático y ético. Cuando un líder masónico se aparta de los principios que juró defender, no sólo se traiciona a sí mismo, sino que también debilita el legado de aquellos que han trabajado arduamente para mantener la pureza y la nobleza de la Orden. La Francmasonería no puede permitirse el lujo de caer en la misma espiral de engaño y oportunismo que caracteriza a la política profana; debe ser un modelo de integridad y coherencia en un mundo donde estos valores son cada vez más escasos.
El paralelismo con la política profana es evidente. En la esfera pública, los políticos prometen cambios, reformas y un compromiso con los ciudadanos, pero, una vez en el poder, muchas veces optan por medidas que contradicen sus discursos de campaña. Un claro ejemplo de esta práctica es el caso del actual Presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez Castejón (PSOE), quien ha construido su mandato sobre un cúmulo de promesas incumplidas y giros estratégicos orientados exclusivamente a la perpetuación en el poder. ¿Debe la Francmasonería caer en la misma trampa?
La respuesta es un rotundo no. Ser Francmasón implica estar por encima de las ambiciones personales y políticas. Es un compromiso con la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero también con la justicia, la verdad y el respeto por los seres humanos. Cualquier Gran Maestro que olvide estos principios traiciona no sólo a sus Hermanos, sino a la esencia misma de la Orden. La Francmasonería debe ser un espacio donde la coherencia y la integridad sean las normas inquebrantables, donde la palabra dada tenga un valor sagrado y donde el liderazgo se base en el servicio y no en el interés personal. Si un Gran Maestro, una vez elegido, se desvía de estos valores y actúa de manera deshonesta, es deber de los Hermanos recordarle su juramento y exigirle responsabilidad. De lo contrario, la Orden corre el riesgo de perder su identidad y convertirse en una mera caricatura de lo que representa.
Es necesario recordar que la Francmasonería no es una institución política ni debe funcionar como una arena de disputas por el poder. La labor de un Gran Maestro no debe ser la de un estratega político que maniobra para mantenerse en su posición, sino la de un guía que encarna y aplica los principios que juró defender. La responsabilidad de la membresía es exigir coherencia, ética y compromiso a quienes lideran las logias, evitando así que la corrupción de la política profana se infiltre en un espacio destinado a la edificación del espíritu y la elevación moral del individuo. La Masonería no debe convertirse en un refugio para ambiciosos sin escrúpulos ni en un escenario donde los intereses personales se impongan sobre el bien común. Si un Gran Maestro se aparta de su misión, los Hermanos deben actuar con firmeza y valentía para corregir el rumbo, recordando siempre que el verdadero poder en la Orden no reside en un cargo, sino en la fuerza de sus ideales.
En un mundo donde la verdad es manipulada y la ética parece ser cada vez más relativa, la Francmasonería tiene el deber de ser un faro de integridad. Solo a través del respeto riguroso de sus valores iniciáticos podrá mantenerse fiel a su legado y continuar siendo una verdadera escuela de formación moral y filosófica para quienes buscan la luz. La Orden no debe ser un reflejo de las miserias de la política mundana, sino un modelo de lo que la sociedad debería aspirar a ser. Si la Francmasonería pierde su brújula ética, habrá fracasado en su misión más sagrada: la de ser un espacio de elevación moral y espiritual donde los Hombres de bien encuentran un camino hacia el conocimiento y la virtud.
Faraón Tutankamón
Poco ejemplo ético masonico hay en quien se encubre en un seudónimo y aprovecha cualquier oportunidad para introducir elementos politicos profanos.
ResponderEliminarHay que empezar por uno mismo
Y otra cosa más. Cuando uno se presenta como Faraón, debería reflexionar sobre su ego.
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