El cuento chino.
Érase una vez un Emperador de una dinastía china que tenía una única hija de gran belleza. El Emperador pensó que debía ser ecuánime, recto e imparcial, en aprobar el himeneo de su querida hija, con el consorte más adecuado a su imperial dignidad. Entonces, anunció en todo su territorio y en los de otras dinastías que se podían presentar candidatos a tal honor. Se presentaron grandes candidatos de importantes y antiquísimas dinastías. Un día pidió audiencia un modesto súbdito y le fue concedida. Éste dijo: "Gran Señor. Soy un humilde artesano. Mi honradez, sensatez y fortaleza son reconocidas por mis vecinos. No tengo nada, sólo mi persona. Pero si me concedéis el gran honor de desposar a vuestra hija conmigo, la defenderé por encima de todo, entregando mi vida por ella, si fuere es necesario." El Emperador respondió: "Estoy seguro de ello. Tu activo es el valor más importante de un hombre y, en su virtud, te concedo a mi querida hija en matrimonio." Bien. ¡Obviamen